lunes, 23 de febrero de 2015

Una larga noche

¡Lancel! – Exclamó Calder.- ¡Vamos, es la hora!

Al abrir los ojos me cegó la luz que entraba por mi ventana. ¡Qué día más precioso! Me levanté de la cama raudo y veloz. No estaba cansado ni sentía la necesidad de estar 5 minutos más, como de costumbre. El lago Calenhad se veía espectacular desde mi ventana, y, mejor aún, podía oler el desayuno en la distancia… Mmmm Tortitas…

Hoy era un día importante, hoy iba a ser nombrado Encantador. No es que Calder fuera uno de mis Maestros preferidos, pero era uno de los magos más importantes del Círculo, y era un honor para mí recibir su apoyo. Según me dirigía al gran salón, mis compañeros me saludaban y felicitaban, al menos gran parte de ellos. Todos sabían que era un prometedor mago y, últimamente, venían incluso a pedirme ayuda y consejo. Cuando abrí las puertas del gran salón sentí un montón de ojos dirigiéndose hacia mí. No estoy acostumbrado a dirigirme a multitudes, lo mío es la magia, no la charlatanería. Ahora me arrepiento de no haberme traído un discurso ensayado.

Por favor, Lancel, sube – dijo Calder entre aplausos.

Me dirigí hacia él. Tras 15 minutos de charla donde homenajeaba mis avances y aportaciones, procedió a entregarme mis nuevos atuendos de encantador a la vez que me daba un fuerte apretón de manos y me deseaba suerte.

Creo que nuestro nuevo Encantador estará deseoso de pronunciar unas palabras, adelante – declaró con orgullo Calder al público.

Los nervios que sentía en ese momento me paralizaron. No sabía qué decir. No podía pronunciar palabra. Había tanta gente…

Lancel, ¿estás bien? – preguntó Calder con extrañeza.

Me empecé a marear, sentía que todo a mí alrededor se estaba desvaneciendo…

¡Lancel! ¡Lancel! ¡Lancel! – repetía Calder con gran preocupación y creciente enfado.

¡LANCEL! ¡Despierta, es la hora de vuestro turno!– exclamó Ludwin con desprecio.

Me desperté de repente empapado en sudor. ¿Era un sueño o una pesadilla? Parecía imposible que después de tanto tiempo hubiese vuelto a soñar con mi estancia en el Círculo. Allí crecí e hice buenos amigos. Con tanta guerra creí haberlo olvidado. El Círculo… Allí era uno más, pero aquí… Aquí no soy querido. Y todos se esfuerzan por demostrármelo. Incluso Casel cada vez muestra más desaprobación y desprecio por mis actos, sobre todo después de los hechos acontecidos con el tema de los Guardias Grises. Estaba convencido de que era la opción correcta. Si yo puedo usar la magia de sangre con seguridad, ¿por qué no iban a poder ellos usarla correctamente?

No respondí a Ludwin, no me sentía con ganas de hablarle. Le odio. ¿Por qué tiene que caer tan bien a todo el mundo y ser tan perfecto? Todos le felicitan y le piden ayuda. Claro, como el no es mago de sangre… Sin embargo, yo soy el que elimina a los enemigos, de no ser por mi ninguno de ellos seguiría con vida… Pero no, los agradecimientos siempre son para él. Todos odian la magia de sangre pero ninguno de ellos me impide que la use para salvarles el culo… Hipócritas…

Me limité a levantarme sin dirigirle la mirada, pero oyendo alguna risita entre él y su elfa… Me repugnan. Tarsius, por su parte, se limitó en la guardia a hablar un poco del tiempo… Una conversación más que violenta. El medioelfo también se esforzaba por demostrar su desprecio hacia mí. ¿Qué hago aquí? ¿Por qué continuo en este grupo? Las dos horas siguientes solo sirvieron para replantearme cada decisión tomada. ¿Por qué saldría del Círculo? Si nunca me hubiese encontrado por aquel entonces con mi hermano… Allí era respetado, podía practicar la magia con normalidad sin esconderme de lo que soy ni tener que recurrir a convertirme en guardia gris para no ser ajusticiado.

En ese sentido admiro a Ludwin. ¿Cómo hace para esconder su verdadera naturaleza? Yo no podría vivir ocultando que soy un mago. Crecí en un sitio donde la magia era algo natural. No podría acostumbrarme a vivir de otro modo. Los magos no deberían ser dados de lado. Tan pronto como me vi forzado a abandonar el círculo comprendí la situación en la que nos encontramos. No tenemos los mismos derechos. Somos odiados y temidos, pero ¿por qué? No todos los magos somos iguales. Es cierto que un mago malvado es potencialmente mucho más peligroso que cualquier guerrero malvado, pero… ¿justifica eso el encerrar a todos los magos y darles muerte en cuanto saliesen de su prisión? No.

¡Estoy harto! No aguanto ni un minuto más aquí. El mundo no está preparado para aceptar a la gente como nosotros. Especialmente si usas magia de sangre, algo que te estigmatiza socialmente. Pero si incluso la gente que te rodea, la gente que mejor te conoce, te aparta a un lado… ¿Qué te queda? Plantearte si merece la pena seguir sacrificándote por ellos…

Creo que en el cambio de turno me marcharé.

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